Hace unos años, decidí que era momento de cuidar mi salud dental. Siempre tuve dientes desalineados y, aunque no me causaban un dolor evidente, sabía que con el tiempo podría tener problemas más serios. Consulté a mi ortodoncista, quien me recomendó realizarme una ortodoncia lingual. Al principio, no estaba muy segura. Sabía que este tipo de ortodoncia es más discreta, ya que los brackets se colocan en la parte interna de los dientes, pero también había oído que podía ser un poco incómoda al principio. Aun así, decidí dar el paso, no solo por una cuestión estética, sino también por mejorar mi salud en general.
Los primeros días con los brackets linguales fueron difíciles. Sentía que mi lengua no paraba de rozar los brackets y me costaba pronunciar algunas palabras correctamente. Durante la primera semana, también noté algunas molestias al comer, especialmente cuando los alimentos eran un poco más duros o crujientes. Sin embargo, mi ortodoncista en Cio Arturo Soria me había advertido que eso era normal y que, con el tiempo, me acostumbraría. Y así fue. A las pocas semanas, apenas notaba los brackets y mi forma de hablar volvió a la normalidad. Lo mejor era que nadie podía ver que estaba en tratamiento, algo que me hizo sentir más cómoda en mi vida social y profesional.
El cambio más notable vino con el tiempo puesto que al corregir la alineación de mis dientes, mejoró mi mordida. Antes de la ortodoncia, tenía una leve maloclusión, lo que hacía que algunos alimentos fueran difíciles de masticar adecuadamente. Esto no solo me dificultaba la digestión, sino que también me provocaba una tensión constante en la mandíbula. Me di cuenta de que, a lo largo del día, solía apretar los dientes, lo que generaba dolores de cabeza y una sensación de cansancio en los músculos faciales. Con la ortodoncia lingual, poco a poco, mi mordida se fue corrigiendo y noté una reducción significativa en estos síntomas.
Uno de los beneficios que no esperaba era la mejora en mi higiene bucal. Al tener los dientes más alineados, fue más fácil cepillarlos adecuadamente y utilizar el hilo dental. Antes del tratamiento, había zonas de mi boca donde el cepillo no llegaba bien, lo que me provocaba una acumulación de placa en ciertas áreas. Esto me llevó a sufrir gingivitis en algunas ocasiones. Con la ortodoncia lingual y el progreso del tratamiento, mis dientes se fueron colocando en una posición más accesible para la limpieza. Además, me volví más consciente de la importancia de mantener una buena rutina de higiene, ya que los brackets linguales requieren una atención especial para evitar que se acumule comida entre ellos.
La ortodoncia también mejoró mi postura y es que, aunque pueda parecer extraño, la alineación de los dientes está relacionada con el equilibrio de los músculos del cuello y la espalda. Al mejorar mi mordida, noté que la tensión en mi cuello disminuyó y, con el tiempo, me di cuenta de que mi postura general había mejorado. Antes, solía encorvarme sin darme cuenta, especialmente después de largas horas de trabajo. Ahora, mi cuerpo se siente más equilibrado y esa molestia en la zona cervical ha desaparecido casi por completo.
Otro aspecto que mejoró fue mi autoestima. Ver cómo mis dientes se alineaban poco a poco me hacía sentir más segura de mí misma. No es que antes me acomplejara del todo, pero había notado que evitaba sonreír ampliamente en fotos o en reuniones sociales. Con la ortodoncia lingual, no solo estaba corrigiendo un problema funcional, sino que también me estaba regalando una sonrisa de la que ahora me siento orgullosa. Esta seguridad en mí misma se reflejó en otros aspectos de mi vida, desde el trabajo hasta mis relaciones personales.
Al final del tratamiento, no solo tenía una sonrisa perfecta, sino que también sentí una mejora significativa en mi calidad de vida. La ortodoncia lingual fue una inversión en mi salud, tanto física como emocional, que valió la pena en todos los aspectos.
¿Qué otros tipos de ortodoncias son habituales?
Existen varios tipos de ortodoncia, cada uno adecuado para diferentes necesidades y preferencias. Los tipos más habituales incluyen:
- Brackets metálicos tradicionales: son los más comunes y conocidos y están hechos de metal y se colocan en la parte frontal de los dientes. Son eficaces para corregir todo tipo de problemas dentales, como maloclusiones y dientes desalineados. Aunque son visibles, hoy en día se han vuelto más pequeños y cómodos que en el pasado.
- Brackets estéticos (de cerámica o zafiro): funcionan de manera similar a los brackets metálicos, pero están hechos de materiales más discretos, como cerámica o zafiro, que se mimetizan con el color de los dientes. Son una opción popular para quienes buscan una ortodoncia menos visible.
- Alineadores transparentes: son alineadores de plástico transparente que se ajustan a los dientes y se pueden quitar para comer y cepillarse. Son ideales para quienes buscan una opción estética y removible. Funcionan de manera progresiva con una serie de alineadores que se cambian cada pocas semanas.
- Brackets autoligables: parecidos a los brackets metálicos, pero no requieren el uso de ligaduras (las pequeñas gomas que sujetan el arco a los brackets). Estos brackets tienen un sistema de clips que reduce la fricción y facilita el movimiento de los dientes, lo que puede acortar el tiempo de tratamiento y hacer que sea más cómodo.